Cuando a fines del Siglo XIX y comienzos del XX Joseph Conrad comenzó a publicar sus inigualables relatos de mar, la velocidad de los veleros de carga que navegó, los fabulosos navíos clippers, dejaban su estela en los mares (mayormente de oeste a este) transportando lo más rápido posible todo tipo de mercaderías hacia Europa.
El mismo Conrad, capitán temporal de un Clipper, vivió-sufrió los deleites y placeres de correr en latitudes sur, las de los 40 Bramadores y 50 Rugientes grados, en nombre del comercio internacional, las ventajas de llegar primeros o la simple ecuación matemática de acortar los tiempos en el mar para realizar más viajes en el año. Business is business, my dear.
La velocidad fue, desde siempre, aliada y fórmula compleja en la navegación de altamar. Mucho más en mares bravos, como los del Hemisferio Sur.
Pero la ambición humana suele ganarle a los riesgos, a los cálculos racionales y al mismísimo destino. ¿Naufragios? Muchos, demasiados. ¿Historias de bravías travesías con final feliz en puerto y siempre borrachos? Muchas más. Definitivamente más historias de finales felices luego de tormentas furiosas que lo opuesto. El ser humano es ambicioso, pero no estúpido.
Si navegar lo más al sur posible para acortar las distancias fue una tentación de los clippers (la Tierra es redonda y cuando más al norte o sur, más se acortan las distancias para llegar, digamos, de Nueva Zelanda a Cabo de Hornos), lo mismo ocurre 120 años después, cuando las regatas oceánicas de vuelta al mundo ponen a las tripulaciones en el dilema de navegar entre hielos mortales para acortar distancias o hacerlo por latitudes no mayores a los 40 o 45 grados para evitar ese riesgo mortal.
¿Adivinen? Siempre gana la ambición de los humanos… hasta que le ponen reglas y barreras virtuales pero controladas por satélites para observar hasta dónde llegan los hielos y cuánto sur pueden ganar las flotas de las regatas antes de enfrentarse con la maldición del Titanic. Los barcos siempre, pero siempre, son más débiles que los icebergs.
Por estos días, dos grandes regatas surcan o han surcado recientemente los mares del sur, Índico, Pacífico y Océano Antártico hasta dar el través de las Islas Malvinas y considerarse ya a salvo de sorpresas heladas, congeladas, para ser más justow con la realidad.
La Golden Globe Race es una. Regata en solitario, de barcos de 35 a 40 pies, marineros como pocos y de andar tranquilo pero sin frenos hasta lograr el doble récord de dar la vuelta al mundo y anotarse en el libro de los Cape Horner, la asociación internacional de los no tantos que han dado la vuelta al Cabo de Hornos en velero, preferentemente en solitario, presidida aún hoy por el primer hombre que logró tal hazaña, Sir Robin Knox-Johnston.
La Ocean Race, nacida y criada como Whitbread Round the World Race, en 1973, de veleros con tripulación, es la segunda regata de la que hablamos.
Si la Golden Globe Race es la regata de la paciencia, la sabiduría en el mar y el temple infinito para enfrentar casi un año de navegación solitaria por los océanos del mundo, la Ocean Race es la competencia de los titanes del mundo, de la última, costosísima y maravillosa tecnología, unida a equipos de decenas de personas en tierra y el mar con un solo objetivo en el alma: dar la vuelta al mundo navegando (volando) lo más cercano a los 35 nudos (casi 70 kilómetros por hora), a bordo de naves-veleros que apenas 10 años atrás solo podrían haber imaginado guionistas de James Bond o Star Trek.
Desde el domingo 26 de febrero la flota de cinco veleros (IMOCA) de la Ocean Race corre la etapa más extensa de la historia de la historia de esa regata, desde Cape Town, en Sudáfrica hasta Itajaí, en Brasil. Unas 12.750 millas, o 23.613 kilómetros, de mares que -en calma- son furiosos. Una locura que apenas en tres días obligó a uno de los cinco veleros, el Guyot Environnement Team Europe a suspender sus ambiciones y regresar a Cape Town luego de comprobar que nada menos que la unión entre el casco y la quilla corría riesgos de rotura (hundirse, para ser más claros, en las consecuencias posibles). Por no hablar del Team Malizia, que tres días después de la largada arrió velas y se dedicó a reparar una rajadura de más de 40 centímetros en el tope de su mástil de carbono (por cierto, algo que quedará en la historia de las epopeyas náuticas de alta competición).
Al mismo tiempo, la Golden Globe Race pudo festejar que dos de sus cuatro o cinco barcos aún en regata cruzaran de oeste a este Cabo de Hornos, mientras los dos líderes de la competencia, los fantásticos Kirsten Neuschäfer y Abhilash Tomy pelean por el primer puesto de la regata de vuelta al mundo en solitario y sin paradas a unos cuantos cientos de millas al este del sur de Brasil. Todo navegando a 4 o 5 nudos por hora, es decir 85 a 120 millas por día, que contrastan con las 400/550 millas diarias de los cuatro veleros que corren la Ocean Race. Eso sí, los 35 pies de los veleros solitarios de la Golden Globe Race han recorrido hasta el momento más de 24.000 millas náuticas sin soporte, paradas, satélites o equipos de tierra que los ayuden. Un pequeño detalle que marca la magnitud de la hazaña en la que están embarcados.
Si se imaginan debates (absurdos) entre cuál de las dos regatas es más exigentes, no sigan leyendo. Las dos competencias tienen un componente de heroísmo, locura, inteligencia y temple que solo obliga a respetarlas y aplaudir, de pie, como se aplaude a los grandes. Las dos regatas; una, la Golden Globe Race, a 5.000 millas de concluir en el norte de Francia; la otra, volando sobre olas gigantescas de mares sin piedad, son regatas heroicas. Fabulosas. Apasionantes e inspiradoras.
Amar el mar siempre fue de la mano de amar y aplaudir a los valientes que se atreven a esa poderosa fuerza que sostiene y alimenta al planeta Tierra. La pregunta de miles sobre “qué lleva a correr esos riesgos” nunca, o casi nunca, aparece en el alma de los que se atreven. Es, simplemente, una pulsión irresistible que comienza por el sueño de dar la vuelta al mundo y termina, siempre también, en el paso corto y seguro desde tierra a cubierta.
(Fotos: velero Biotherm en la Ocean Race y velero Bayanat, de Abhilash Tomy, en la Golden Globe Race)
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